Vivimos en un mundo cada vez más interconectado, más
globalizado. No obstante, el viajar de un país a otro —y de una región a otra
dentro del mismo país— puede resultar todavía en lo que en 1954 Kalvero Oberg (antropólogo
canadiense, 1901-1973) llamó “choque cultural”:
Choque
cultural: La ansiedad producida por la pérdida del sentido de qué hacer, cuándo
hacer o cómo hacer las cosas en un nuevo ambiente. El choque cultural es una
falta de dirección al no conocer qué es apropiado y qué inapropiado en el nuevo
lugar.
Pensemos en los millones de migrantes de los que ahora
oímos hablar con frecuencia. ¿Qué tal los que tenemos más cerca? Esos miles de
mexicanos que cruzan nuestra frontera con Estados Unidos para encontrarse con
un lugar, un idioma, un sistema y una cultura que les es desconocida y, con
frecuencia, agresiva. Deben pasar por un proceso, generalmente largo, de
adaptación y descubrimiento de su nueva situación. El camino puede ser, a la
vez, agradable y sumamente doloroso conforme el individuo se encuentra con
personas nuevas y situaciones poco familiares.
Este choque cultural del que te he hablo sucede también
en el cristianismo. Te explico. Estrictamente, uno se convierte en cristiano-católico
por el bautismo, el catecismo y la instrucción religiosa que haya recibido de
sus padres o familiares cercanos. Sin embargo, a mí me parece que al verdadero
cristianismo —ese que se traduce en un convencido seguimiento de Jesús, en
obras buenas y tangibles, en palpables cambios de vida— se llega, en realidad,
a través de un encuentro personal con Cristo. O sea, por medio de un “choque cultural cristiano”.
Así es como le pasa a muchas personas (algunas de
ellas gay, aunque quizá todavía no las suficientes) y así es como me sucedió a
mí. Todos los años de “teoría del cristianismo”, de catecismo, de sacramentos,
de homilías, tomaron su verdadero sentido cuando descubrí y experimenté ese
cristianismo a través de mi llegada a un grupo de evangelización de jóvenes. Y
estos eran chavos “comunes y corrientes” que iban a fiestas, bailaban,
cantaban, iban a clases, discutían con sus compañeros, no estaban de acuerdo
con sus padres, experimentaban, hablaban, se comunicaban y, además de todo
esto, tenían un lugar muy especial para Jesús en sus vidas. Así fue mi
consabido “choque cultural cristiano”. Espero que Dios te regale —y que tú
sepas buscar— una experiencia similar.
Al encontrarme con jóvenes como yo y apreciar la forma
en que se expresaban de Cristo como su Salvador, me pareció encontrarme en una
tierra verdaderamente desconocida. Me sentí como decía Oberg: “un extraño en
tierra extraña”. Me descubrí en una cultura diferente a la que yo no conocía,
por mucho que hubiera leído y escuchado acerca de Jesús o hubiera leído el
Evangelio. Hubo momentos de encantadora novedad, de negociación con esa nueva
experiencia y también de rebeldía ante el compromiso y seriedad que la nueva
situación implicaba.
Ojalá todos los católicos —y en particular los LGBT— experimentáramos
ese “choque cultural cristiano” del que te hablo. Un choque que confronta a la
vida y en el que afloran sentimientos que no conocíamos. Un acontecimiento que
abre nuevos caminos de comunicación con Dios y que tiene el potencial de
convertirse en algo “normal”, una situación que ya no ves como extraña sino
como parte intrínseca de tu existencia. Lo ideal sería que, después de vivir ese
“catolicismo redescubierto” encontráramos difícil volver a esa otra cultura de
la que veníamos: la del egoísmo, la envidia, el consumismo, la intolerancia, la
victimización y el odio.
Como ya habrás imaginado, esta experiencia de un nuevo
cristianismo no siempre es bien recibida por el mundo, que con frecuencia lo
encuentra incomprensible y desatinado, y más aún si ésta se manifiesta en una persona
LGBT. Las objeciones se dejan escuchar con claridad: “¿Qué es eso de ser
católico y gay? ¿Por qué no te conformas con ir a Misa los domingos y ya? ¿Qué
buscas con esas supuestas experiencias de oración y esos retiros? ¿No puedes
ser un católico tranquilito, común y corriente, obediente y... heterosexual?”
Creo que Cristo tiene una forma muy particular de
referirse al deseado “choque cultural cristiano” que hoy le pido regalarte:
No piensen
que he venido a traer paz a la tierra.
No
vine a traer la paz, sino la guerra.
Porque
he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera
con su suegra;
y
así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
Mt
10, 34-36