16/11/14

GAY Y CATÓLICO: ¿DUALIDAD EXCLUYENTE?

Por: Carlos Navarro Fernández

Hace pocos años, imaginar a una pareja del mismo sexo contrayendo un matrimonio civil parecía un juego de fantasía, en México y muchas otras partes del mundo. Hoy en día, un hombre o una mujer pueden presentarse ante una oficina del Registro Civil en la Ciudad de México y casarse con una persona de su mismo sexo.

El matrimonio ilustra magníficamente la enorme distancia que separa la realidad de vida de las personas homosexuales con las prácticas eclesiásticas y litúrgicas de la Iglesia católica de hoy. Esos ritos ejercen una fuerte influencia sobre la forma en que los individuos que tenemos como objeto de nuestro afecto y de nuestra sexualidad a otra persona del mismo sexo vivimos, o abandonamos, nuestra religión. Por lo común, la persona lesbiana, gay, bisexual, transgénero, etc. (LGBTTTi) pronto concluye que no hay lugar para ella en esa institución y concluye, en automático, que no se puede ser gay y católico: o lo uno o lo otro.



Aunque esa apreciación ha persistido por siglos, creo que ha empezado a cambiar y tiene ya menor efecto en la manera en que el homosexual practica su religión. Veo a un creciente número de personas que saben que pueden ser LGBTTTi y cristianos a la vez; individuos que ya no están dispuestos “a pedir permiso” para acercarse a Dios ni a aceptar que se les niegue una rica vida espiritual por su orientación sexual. Han dejado de creer en la antes temida advertencia de que “serán víctimas de la condenación eterna”.

Conversando con un buen amigo hace algunos años, recordamos las experiencias de evangelización católica durante nuestros años universitarios. Rafael y yo compartíamos una añoranza por aquellas experiencias religiosas y formativas vividas entonces con otros jóvenes. En esas interacciones habíamos descubierto lo valioso de la enseñanza cristiana y lo trascendente de un encuentro personal y transformador con Cristo. De esa plática brotó la idea de crear un grupo de oración gay. Sí, una pequeña comunidad que replicaría lo ya vivido en otros grupos católicos pero sin las obligadas y conocidas limitantes de aquellos grupos. Estábamos seguros, y con el tiempo lo comprobaríamos, que ese Dios en quien creíamos no nos cerraría las puertas sólo por ser homosexuales.

Pronto establecimos contacto con amigos y compañeros que sabíamos tenían esta inquietud por reunirse en una comunidad cristiana pero que estaban desencantados con una estructura eclesial rígida y excluyente que no les permitía expresar y compartir con el otro su verdadero ser, sus aspiraciones, sus inquietudes, sus ideales, su forma particular de vida. Una realidad eclesial que en ocasiones parecía haberse olvidado del Evangelio de Mateo (7, 12): “Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas”.



Esos conocidos convocaron a otros y con esa aspiración nació la pequeña comunidad “Efetá”: un grupo de jóvenes homosexuales -- contadores, ingenieros, sacerdotes, diseñadores, comunicólogos -- que se reúnen para orar, redescubrir su religión y ayudarse a crecer mutuamente a través de un cristianismo verdaderamente liberador. Se trata de seguir a Jesús con el alma descubierta sin necesidad de dogmas impuestos y con frecuencia artificiales. Porque, cito a Karen Armstrong, esa incansable estudiosa de Dios:

“Si la religión no se trata de creer en algo, ¿entonces de qué se trata? Lo que he descubierto es que la religión se trata de actuar diferente”.

Actuar diferente, en compás con Dios, quitándome del centro de mi mundo y poniendo ahí a otra persona.

En nuestra primera reunión “oficial”, en 2007, establecimos las “reglas del juego”. Este grupo tomaría como ejemplo a las primeras comunidades cristianas; esas que se reunían poco después de la muerte de Jesús y de Pentecostés. Al escuchar propuestas de nombre, nos decidimos por “Efetá” –- abiertos al Espíritu (Mc 7, 31-35). Queríamos que el Espíritu fuera quien guiara al grupo, lo inspirara y le hiciera sentir la presencia de Dios que nos abrazaba con alegría.

Un acuerdo tomado desde el primer día, fundamental, fue que Efetá no era un grupo “reaccionario” que se dedicaría “a hablar mal de la Iglesia”. El objetivo de esta comunidad no sería quejarnos de la institución –-entendida aquí como su jerarquía dominante-- convirtiéndonos en indefensas víctimas. Tomo prestado un texto del conocido teólogo gay católico James Alison, quien por cierto ha compartido ya alguna reunión de Efetá, para complementar esta idea fundamental:

El primer y más importante desafío no es unirnos en contra de un imaginado enemigo externo, lo cual es demasiado fácil, sino aprender a unirnos de forma creadora, atrevida y dotada de rica imaginación para instalar una cultura y unas posibilidades de vida inimaginables desde la posición victimaria. Este es el desafío católico gay que aun se vive demasiado fragmentariamente en nuestro medio.



Así es como “Efetá” se convirtió en un espacio propicio para redescubrir nuestra formación cristiana católica, los fundamentos de nuestra fe. ¿Aceptaríamos acaso que personas heterosexuales “invadieran” al grupo? ¡Por supuesto! Ellos no son el enemigo; son, más bien, aliados. Es a través de ellos que acortamos la brecha que divide “nuestros dos mundos”. Hemos tenido visitas de muchas personas heterosexuales quienes han compartido nuestra experiencia, han crecido junto a nosotros y han tocado nuestras vidas --incluyendo a sacerdotes consagrados que han compartido la liturgia católica en la intimidad de esta pequeña comunidad.

En cada encuentro compartimos charlas, experiencias, testimonios o dinámicas y hacemos oración en grupo. Un elemento importante de la sesión es “abrir el corazón” y compartir mi vida contigo, decirte sin tapujos lo que me mueve, lo que me duele, lo que me inspira, cómo voy en mis relaciones y de qué manera Dios juega un papel fundamental en todo eso. A diferencia de otros grupos cristianos aquí sí puedo “ser quien soy” y esperar la acción de Dios. En Efetá vivo un cristianismo sin exclusiones que me invita a salir y hablar de Jesús, actuar como Él, a ser su testigo.

Como pequeña comunidad cristiana no hemos sentido la necesidad de obtener “una aprobación parroquial” o de tener un “sacerdote acompañante”; más bien, hemos querido imitar la forma en que los primeros seguidores de Jesús se reunían para recordarlo. Sin embargo, sí hemos tenido interacción social y eclesiástica. Hemos contactado otros grupos cristianos gay; se nos ha invitado a participar en celebraciones litúrgicas que buscan destacar una iglesia “diversa” y heterogénea; nos han visitado sacerdotes, investigadores y representantes de otras comunidades cristianas. De este modo nos consideramos parte de la Iglesia católica y compartimos no sólo sus creencias fundamentales sino muchos de sus ritos y buena parte de su liturgia.



¿Nos gustaría ser testigos de una estructura eclesial diferente? Sin duda. Pero esa ausencia de “cambios estructurales” no nos impide nutrirnos con lo mucho de bueno que tiene ese depósito de sabiduría cristiana que es la Iglesia, aún con su parte humana llena de limitaciones.

Al igual que el matrimonio católico entre homosexuales, la completa y franca aceptación de la persona LGBTTTi en el catolicismo no ocurrirá en el futuro previsible. No obstante, Efetá es una muestra, una prueba innegable, de que sí se puede ser gay y católico; de que debemos construir una iglesia “desde abajo”; y de que esa dualidad de realidades no son excluyentes. Más que desperdiciar un tiempo valioso discutiendo obtusos y anticuados dogmas mejor es ser ciego a las “diferencias mutuas” y acercarnos a nuestro Dios con optimista y renovado espíritu.

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